Lavalle, cayeron los primeros al arrojarse á detener fugitivos. Estaba reservado al decano hoy del ejército argentino, Teniente General Alvarez, volver el lustre de la caballería porteña sobre el extranjero, reviviendo las hazañas de los Granaderos de San Martín con el regimiento de ese nombre y en los cenagosos esteros paraguayos.
Las infanterías, calzando guantes blancos jefes y oficiales, sonreían con desprecio al ver desapareciendo el poncho flotante que corría á esconderse en los confines del desierto.
Ese primer contraste lejos de ser precursor de otra derrota, sirvió para hacer resaltar el triunfo de los disminuidos, pero no apocados. No á pie firme, sino con paso acelerado llegaron éstos á apoderarse de baterías á su frente, después de un fuerte cañoneo que conmovió la línea de los federales. El Coronel Paunero, jefe de Estado Mayor, recibió orden de avanzar con los batallones del centro, apoderándose de la infantería y cañones, secundado por los batallones al mando de los Coroneles Agüero y Mitre. Este saltando sobre un segundo caballo (muerto el primero por bala de cañón), trataba de persuadir con su voz de trueno á los entusiastas del 2.° de línea de que avanzando precipitadamente desviaban la muerte, pues descendiendo de la loma más pronto salvaban la zona peligrosa, cruzando las balas por elevación. El