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DOCTOR P. OBLIGADO

mil pesos un excelente caballo en Lima, cantidad con la cual hace cincuenta años se adquirían veinte leguas de tierra á veinte leguas de esta capital.

Si se recuerdan las inmensas manadas que D. Juan de Garay encontró de las pocas yeguas dejadas por Mendoza, gemela en lo económica resalta tan inacertada pragmática de la otra salomónica inspiración de no dejar entrar ni salir cosa alguna de este país sino por Puerto Cabello, inmediato embarcadero, así como cinco millas.

Temor abrigaba Su Majestad en la paternal munificencia con que protegía á estos sus fieles vasallos, que llegaron á defenderle la casa mejor que soldado pago, de que se escapara algo á sus Cajas Reales por esta puerta falsa del Río de la Plata. A la postre, cuando más tapiaba portillos y ventanas, se le escapó el reino entero de Indias; que de tanto tirar, al fin se rompe la cuerda.

IV

Alto, grueso, de hermosa cabellera rizada, bigotillo retorcido, majestuoso talante, era el general Zabala uno de los más hermosos tipos de su época.

Faltándole el brazo derecho, que disimulaba su manga en cabestrillo, aparecía ello menos un defecto que real testimonio de su bravura. Mal gobernaba el caballo con la zurda, y andando á pie de Buenos Aires al Paraguay, ó de Misiones á Montevideo, cortos le hubieran sido los años de su buen gobierno para vueltecitas semejantes.

En previsión de tan largas jornadas, trajo consigo un pequeño volantín ó quisicosa, en nada semejante á las lujosas carrozas en la semi-corte de los Virreyes del Perú, arrastrada por una mulita barcina, con el negro que la montaba, y en ella recorrió su dilatada gobernación, sembrando beneficios por todas partes.

Y fué la segunda, según cuenta el cronista de aquellos tiempos, la en que el Podestá de la Rioja quiso exhibirse poco después por no ser menos, y le costó un ojo de la cara, no por cara (tosca confección doméstica), sino porque cruzando estrechas sendas de tanta arboleda, sin pedir licencia se entró una rama en la volanta sacándole un ojo. Al menos así lo cuenta el viajero italiano Cattaneo, que, como jesuíta de cepa, no tenía edad para mentir.

Y fué la tercera carroza en Buenos Aires.........

Mas cuenta sería de nunca acabar la de todas las que han rodado en