rece á ustedes?..., nada menos que el primer carruaje por cuyo modelo fueron construidos los que le siguieron.
Tardó en llegar la gente arrastrada á esta ciudad de pacíficos vecinos y modestas costumbres. Sabida es la real pragmática del Diablo del Mediodía, el más tirano de los Felipes, prohibiendo traer carruajes á estos sus lejanos dominios, ni fabricarlos en ellos.
Apenas se hizo excepción para el virrey y el arzobispo, empezando luego á introducirse como contrabando por algunos señores de campanillas en Lima, hasta que, cayendo con los años en desuso la prohibición en semi-corte de tanto fausto, no quedó tieso títere ó rico improvisado que no fuera arrastrado.
Primer carruaje de Buenos Aires (1726)
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En tal dije de lujo arribó aquí al siguiente año de haberse declarado esta ciudad muy Noble y muy Leal, nombrándosele un teniente gobernador é investido al teniente general mariscal Zabala de más amplia jurisdicción.
¿Se prohibiría la construcción de carruajes tal vez por falta de maderas en esta América sin bosques, ó por falta de caballos, que en tierra de los mismos, escasos los reputaba Su Majestad para el servicio del Estado? En aquellos tiempos, que hasta la carroza real era tirada por mulas (en la Coronada Villa), aquí se boleaba un potro, dejándolo tirado en medio del campo, para sacarle sólo un par de botas de las patas.
Costumbre era en nuestros campos por aquellos tiempos, de cualquier paisano en viaje, acercarse al palenque en el primer rancho del camino, á pedir prestado un caballo por llevar aplastado el que montaba. No se prestaba, pero se le daba, no uno, sino otro más de tiro, y seguía, cuando seguía; pues repitiéndose el ofrecimiento de hospedaje, éste se prolongaba por días y aun semanas. Al terminar otra jornada, la misma escena se repetía, continuando de este modo hasta la estancia más lejana. Tales eran la franqueza y desprendimiento de nuestras sencillas gentes de campo, hasta que la malicia y el subterfugio vinieron á corromperlas. En este mismo país, donde un animal valía menos que sus patas, se ha llegado á pagar no ha mucho treinta mil libras esterlinas por el primer caballo del mundo, según el inglés que lo envió de Londres.
Hasta mucho después resaltaba á este respecto la aberración matemática de que la parte vale más que el todo. Cuando un buen caballo se pagaba en dos pesos, por cuatro no se adquirían sus herraduras.
Hasta doscientos años después de su fundación se pagaba en cuatro