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TRADICIONES ARGENTINAS

uno, á cuyo cuello se arrojó conmovido, prodigándole las expresiones de su afecto y exclamando, loco de ternura:

— ¡Madre! ¡Soy su hijo! ¡Abráceme! ¡Cuánto he corrido por llegar á sus brazos!

Y cuando el hijo apasionado, «Hijo querido de mi alma» esperaba oir, con frió ademán apartado, apenas percibió, helado en su turbación:

— ¡Yo ya no tengo hijo! ¡Mi corazón ha muerto! No existo para el mundo. ¡Retírate!

¡Cuan grande seria la sorpresa del joven afligido, viniendo desde tan lejos á los brazos maternos que no le estrecharon, separado por su propia madre, con la expresión extática de la monja!

— «¡Mi corazón ha muerto!» ¡Oh! Esto es horrible. Los muertos no hablan. Su corazón late. Hijo de sus entrañas. En nombre del Dios bueno, ¿cómo puede rechazarme?

Estas y semejantes exclamaciones se oyeron al joven, que salía medio loco, huyendo y llorando sin consuelo.

III

Algunos años pasaron. Por largo tiempo resonó el incidente, y los comentarios se multiplicaban, admirando unas cómo había conseguido una madre virtuosa sobreponerse, logrando el fanatismo de la época matar el amor de madre que en todo tiempo estuvo sobre todos, elogiando otras el afecto entrañable de hijo tan cariñoso.

El héroe de esta aventura resumía en su persona los atractivos de una belleza física poco común, que realzaba la distinción de su rango, por lo que más de una estación fué el niño mimado en los estrados de nuestra reducida sociedad.

Entre las beldades de su tiempo descollaba cierta Mariquita detrás de alta ventana en la calle del Empedrado (que casi vivió un siglo, á dos equivalente, por la cantidad de benéficas obras que en pos dejara), á quien impresionó más que á otras la cantidad de amor filial del futuro marino-diplomático.

Acaso esta su primer virtud le abrió camino, pues la deducción se imponía: «Si tanto quiere á madre que le desdeña, cuánto adorará á corazón que le corresponda.» Y por estas y otras, la señorita María Sánchez Velazco quedó desde el primer día del siglo concertada novia, si no oficial, oficiosa, del oficial de Marina D. Martín Lorenzo Thompson. Faltaba el rabo por desollar. Si el uno era simple teniente, aunque