Buscar tierras, cuando la tierra era por entonces el océano que ahogaba á tan diminuta población; cuando las expansiones territoriales no se imponían por una necesidad evidente; sobrando, como sobraba, el territorio, no se concibe ni lo concebiría el cerebro del salvaje, que tenía en su derredor, en sus dominios, todo cuanto habría menester a la satisfacción de sus necesidades y limitadas aspiraciones.
Las investigaciones que se han practicado en la historia de los tiempos primitivos, superficialísimas como son, no nos han dado á conocer invasiones armadas de este territorio, que hubiesen obligado á la población á ir á buscar refugio en las islas australes. Aparte de la de Yupanqui, que tuvo lugar cien ó pocos más años antes del descubrimiento en limitado territorio del Norte, otra no nos es conocida.
Ni las guerras de invasión, ni las luchas intestinas tan frecuentes en el estado salvaje, pudieron influir en el abandono de sus tierras para ir á buscar el sosiego fuera de su territorio. Ni la tradición de los tiempos antehistóricos ni manifestación alguna dijeron á los conquistadores que la guerra hubiera ocupado la vida de nuestros aborígenes, ni que hubiese sido la ambición el estímulo para empresas guerreras de carácter fratricida ó intestinas.
Según todas las probabilidades, la paz fué entre ellos inalterable é inconmovible, y lo que hasta entonces había sido un estado normal, lo siguió siendo durante la conquista, durante la colonia y durante los tiempos que vinieron en pos. El indio chileno no ha sido guerrero; jamás empleó sus esfuerzos ni su indomable constancia en empresas más allá de sus fronteras, ni en atizar ó fomentar disensiones de carácter doméstico. Pruébalo la mancomunidad de esfuerzos para repeler durante siglos al enemigo de su patria, que no hubiese sucedido si el lazo fraternal no los hubiese ligado; pruébalo también la unidad de su lengua, que en tan vasto territorio uniforme, indica que las numerosas tribus se habían mantenido unidas y en paz.
Aceptó la guerra contra los invasores de sus tierras como una necesidad impuesta por el patriotismo; peleó sangrientas batallas por defender la integridad de sus dominios; pero ignoró siempre que fuese lícito, que fuese racional derramar sangre en luchas de hermanos, y por eso la paz fué su habitual estado[1].
Si ni la exuberancia de la población, ni las necesidades de la paz del Estado habrían obligado al indio del continente á abandonarlo para ir á buscar otra patria en las islas; ¿emigraría a aquellas regiones impulsado por el hambre que ha sido el más poderoso factor que ha determinado las emigraciones, y que, al decir de Hiering, pone á los pueblos y á los individuos en la mano el cayado del emigrante?
- ↑ ¿Sería desacertado buscar nuestro amor á la paz y á la tranquilidad en el carácter tranquilo y hasta indiferente del indio de quien hemos heredado en su sangre esta cualidad y el amor á la patria, que es en aquél invencible atavismo?
Acabamos de leer en un diario el siguiente relato de una emigración forzada por el hambre.
En los periódicos de Puerto Rico encontramos las siguientes noticias que nos pintan la situación en que está la isla:
«Guánica, abril 21 de 1900. En la próxima semana se espera que se embarcarán para Hawai 2,000 portorriqueños. El California llegará el 23 y vendrán otros buques para transportar más inmigrantes. Se han llenado más casas de emigrantes que el mes pasado, y cada día aumenta el número de ellos.
Se usan carretas para conducir á los que abandonan su país natal, desde la oficina prin-