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los actos de éste, disculparle sus rigores aparentes; en una palabra, servirle de apologista.

La madre debe dedicarse con el mayor celo á conséguir que sus niños comprendan la necesidad de la sumisión filial, y que la practiquen; á moderar los ardores que la juventud reprime con gran dificul- tad, y á disipar las tristezas que las contrariedades secretas engendran fácilmente en los corazones juve- niles. Asies como la madre puede ejercitar sus más. excelentes afectos, con incontestables ventajas para los gobernantes y los gobernados de la familia.

No puede ser afirmadora de la unión doméstica, una madre que no comprende la naturaleza de la influencia que legítimamente le pertenece. En vez de olvidarse á sí misma, cuando las circunstancias lo- exigen, se preocupa demasiado con todo cuanto ata- ñeá su personalidad, y no sabe dominar sus impre- siones; no oculta bastante los defectos de su marido, y suele hacer que sus hijos adivinen lo que ni aun siquiera sospechaban; cree que ha de redundar en su provecho lo que ella quita á la autoridad prin- cipal de la familia; pero este error, tan común por desgracia, no resiste el más ligero examen.

En efecto, á nadie es provechoso lo que la autori- dad pierde, y cuando el disgusto hacia el respeto nace en las almas juveniles, esta enfermedad moral se desarrolla, de dia en dia, para daño de todos, Lle-