POLÍTICA DOMÉSTICA 121
intensa destruía lentamente aquel organismo. Cuan- to más la veía yo padecer, más la colmaba de aten- ciones, cuidados y amistad; y hasta tuve el placer de hacerle algunos servicios importantes, por los cua- les no me mostró reconocimiento, lo que atribuí á su enfermedad. Uno de los hermosos días de pri- mavera, en los que radiante de alegría el cielo con- vida á pasear, busqué á Angustias, la invité á salir y tuve que instarle mucho para que accediera.
—Querida mía—le dije—hace algunos días que me tiene inquieta esa palidez, Debería usted cui- dar más su salud.
—Quisiera estar ya muerta, porque la muerte es el único medio de librarse de esta gran farsa que se llama mundo.
—Debería usted distraerse, salir más á menudo, frecuntar la sociedad.
—¡La sociedad! ¡Oh! la detesto y me rechaza.
—¡No, eso no es posible!
—Sí, me rechaza, porque le he manisfestado to- do el desprecio que ella me inspira; me rechaza, porque le he mostrado que su urbanidad no es más que hipocresía, su buen tono simpleza, necedad, sus buenas maneras ridículos visajes; me rechaza, en fin, porque tengo bastante conciencia de mi dignidad, para no someterme servilmente al yugo de la etiqueta.