te del pueblo en su carácter de representantes parlamentarios, funcionarios, militares o sacerdotes. Pero no pasan de ahí. No intentan reformar nuestro cristianismo anticristiano.
Vienen luego los revolucionarios, que se esfuerzan por levantar otro gobierno mejor por los mismos medios que han echado a perder los que existen: el fraude y la violencia. Flnalmente, tenemos el socialismo, bueno para provocar huelgas y el descontento, pero impotente para difundir la educación y abolir los falso ideales.
¿Qué habría que hacer, entonces?
Todos los hombres buenos y las mujeres buenas deberian aplicar sus mejores esfuerzos a la tarea de purificar la religión y de hacer que el cristianismo esté de acuerdo con las ensefianzas de su fundador, Jesucristo.