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su forma era la de un hombre sentado sobre una losa quebrada, en cuya parte anterior había un vaso, á manera de lebrillo, labrado en la misma losa, y que en este recipiente colocaban los indios hule derretido, muy parecido á la brea, y muchas semillas de las que consumían para su mantenimiento, como el maíz de todos colores, frijoles, calabazas y otras legumbres.

Esta ofrenda que hallaron los primeros que vieron el ídolo, después de los toltecas, á quienes se cree que pertenecía, la renovaron cada año, terminada la cosecha, como una demostración de agradecimiento por haberles dado agua para sus sementeras.

La deidad miraba al Poniente, dando la cara á Tlaxcala. Huexotzingo y Cholula, y la espalda á Texcoco.

El Júpiter americano de que nos ocupamos, es decir el de pómez, era como hemos dicho, de la época tolteca, y admirado por ellos. Mucho tiempo después el rey acolhua Nezahualpiltzintli, monarca tezcucano, mandó hacer otro de mayor magnitud, esculpido en piedra muy grande, negra y dura para que durase muchos años, y quitó de su lugar el de pómez, sustituyéndolo por el nuevo; pero como cayera un rayo el mismo año de la sustitución, haciéndolo pedazos, los acolhuas se asustaron creyendo que la descarga eléctrica había sido una manifestación de desagrado de Tlaloc, porque no era su voluntad que se hubiese cambiado su imagen blanca por otra; repusieron en su primitivo sitio la blanca y quitaron la que había mandado labrar Nezahualpiltzintli, poniéndolola en el lugar en que estuvo provisionalmente la de pómez. Como al transladar la estatua de piedra negra y dura le