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XXXIX.

Despues, ¡qué carretillas! ¡qué estrellones!

¡qué truenos! ¡qué rimbombos! ¡qué estallidos!

La Luna se tendrá buenos cerones

en llegando el rumor à sus oidos,

y muy à pique está que sus Bridones

disparados, medrosos y aturdidos,

de la Carroza olviden la regencia,

dejándola à la Luna de Valencia.

XL.

Dirá la tierra con algun recelo,

asomando su calva por un Monte:

¿Qué es esto? ¿está en Madrid el Mongibelo,

ò renace à ser loco Faetonte?

Y advirtiendo de todos el desvelo,

retumbando en aquel y este Orizonte,

responderá así el fuego al escucharlos:

trum, viva Amalia: trum trum, viva Carlos.

XLI.

Amalia, dixe, vuestra amada Esposa,

que à estár presente quando la Manzana,

preferida de Páris por hermosa,

se quedára la Cipria con la gana:

no hubiera competencia tan ruidosa,

pues fuera en su engañosa estirpe, vana

beldad y ciencia, y el poder ninguno

de Citeréa, de Minerva y Juno.