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cilidad, y sin resistencia á su tierra; cuando mas hay desta nacion en Manila (que á otra parte de las islas no acuden) serán quinientos Japones, y por ser de la calidad que son, se vuelven á Japon, sin detenerse en las islas, y así quedan de ordinario muy pocos en ellas; háceseles en todo buen tratamiento por ser gente que lo requiere, y conviene así, para el buen estado de las cosas de las islas con el Japon.

De las otras naciones, Sianes, Cambojas, Borneyes, Patanes y de otras islas fuera del gobierno, viene poca gente, y luego se vuelven en sus navíos; de suerte, que no hay que decir cosa particular dellas, mas de que se pone cuidado en recibirlos, y despacharlos bien, y que se vuelvan á sus tierras con brevedad.

Habiendo dicho con la brevedad que ha habido lugar, lo que son las islas Filipinas, y lo que en ellas corre y se practica, no es á despropósito tratar de la navegacion, pues se hace á ellas, desde la Nueva España, y de su vuelta, que no es corta ni sin muchos riesgos y dificultades, y de la que se hace por la vía oriental.

Cuando las islas se conquistaron, el año de mil y quinientos y setenta y cuatro[1], salió el armada de los Españoles, en que fué por general, el adelantado Miguel Lopez de Legazpi, del puerto de la Navidad, en la mar del Sur, en la costa de la Nueva España, provincia y distrito de Xalisco y Galicia, donde reside la audiencia real de Guadalajara; y algunos viajes despues se continuaron desde el mismo puerto, hasta que por mejoría y mas comodidad, se pasó este despacho al puerto de Acapulco, mas á la parte del Sur, en la misma costa, en diez y seis grados y medio de altura, ochenta leguas de Méjico, y en su distrito, que es buen puerto, guardado de todos tiempos, con buena entrada y surgideros, buena comarca, mas bastecida y de mas

  1. Mejor dicho sesenta y cuatro.