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Ganada la América, cuarta parte de la tierra, que los antiguos no conocieron, navegaron tras el Sol, descubriendo en el mar Océano oriental un archipiélago de muchas islas, adyacentes al Asia ulterior, pobladas de varias naciones, abundantes de ricos metales, piedras y perlas, y todo género de frutos, en que, arbolando el estandarte de la Fé, las sacaron del yugo y poder del demonio y las pusieron en su obediencia y gobierno[1], con que justamente pueden levantar en ellas las columnas y trofeos de Non plus ultra, que dejó á la orilla del mar de Cádiz, Hércules famoso, y después abatió por el suelo el fuerte brazo de Cárlos V nuestro señor, que le aventajó en grandiosas hazañas y empresas.

Sujetadas las islas, con la soberana luz del santo Evangelio, que en ellas entró, se bautizaron los infieles, desterrando las tinieblas de su gentilidad, y mudaron sus nombres en el de cristianos. Y dejando también las islas el que tenían[2], tomaron (con la mudanza de ley y bautismo de sus Naturales) el nombre de Islas Filipinas, en reconocimiento de las grandes mercedes que recibieron de la Magestad de Filipo segundo nuestro señor; en cuyo felice tiempo y gobierno, fueron conquistadas[3], favorecidas y regaladas, como obra y hechura de sus reales manos.


  1. Fué por medio de pactos, tratados de amistad y alianzas recíprocas; en virtud de estas últimas, Magallanes murió según ciertos historiadores, y los soldados de Legazpi pelearon bajo Tupas, reyezuelo de Sebú.
  2. Morga aludiría al nombre, Archipiélago de S. Lázaro que les dió Magallanes, pues las islas conservan en su mayor parte sus nombres antiguos.
  3. La conquista no se puede admitir más que para algunas islas y sólo en un sentido muy lato. Sebú, Panay, Lusón, Mindoro, etc., no se pueden llamar conquistadas.