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No hay en estas islas provincia ni poblazon de Naturales, que resista la conversion, y no la desee[1]; pero, como se ha dicho, se les entretiene en algunas el bautismo, por falta de obreros que queden con ellos, para que no retrocedan y vuelvan á sus idolatrías; y en esto se hace lo que se puede, siendo las doctrinas, muy grandes y largas, valiéndose en muchas partes los religiosos de Naturales que tienen, diestros y bien enseñados en las visitas, para que enseñen á los demas á rezar cada día, y tengan cuenta con ellos en las demas cosas tocantes á la religion, y que vengan á misa, á las cabeceras, y así se conservan y entretienen.

Hasta aquí las religiones que tienen estas doctrinas (por la omnímoda, y otras concesiones apostólicas) han hecho la conversión, y administrado los sacramentos, y tratado las causas espirituales y temporales, eclesiásticas de los Naturales, y dispensando sus impedimentos; pero ya que hay Arzobispos y Obispos, esto se va acortando, y asentando, el tratar destas causas, como vicarios suyos, aunque no está tan en punto, ni

    baile filipino y aptitudes poéticas y musicales, creo que en esta parte los Filipinos tenían que agradecérselo á Dios, á la naturaleza y á su cultura. Morga exageraba un poco con buen fin y buena fe.

  1. Pase esta aserción para los Filipinos civilizados, porque para las tribus montañesas sucedía lo contrario. Tenemos testimonios de varios misioneros Dominicos y Agustinos, que no se atrevían á entrar á hacer conversiones sino acompañados de gente, y soldados, «porque de otra suerte no podrían coger fruto alguno de la Doctrina Evangélica, porque los infieles querían quitar las vidas á los Religiosos que entraban á predicarles.» (G. de S. Agustín, pág. 355). De esta manera, acompañado de un encomendero pudo el P. Manrique bautizar en Panay 700 infieles. Á veces la eficacia de la predicación del arcabuz no bastaba á hacer comprender la suavidad de la religión católica, y entonces pasaba algo parecido á lo que nos cuenta el mismo historiador: «Para sacarles de él (error) subieron á los montes los P. P. Fr. Juan de Abarca, Prior de Gapan y Fr. Diego Tamayo, con escolta de muchos Pampangos y por cabo de ellos uno muy valeroso, llamado don Agustín Sonson… para que los invadiesen á sangre y á fuego como lo ejecutó don Agustín con los suyos, matando á muchos, y entre ellos al Indio Cavadí (pág. 474). ¡Muy rudas deben ser estas tribus salvajes para no comprender por estos medios la santidad y excelencia de la religión de los frailes.