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y gente dél, va cubierta y reparada. Va tambien hecha otra armazon de cañas gruesas, por ambas bandas del navío, por todo el largo del, fuertemente atadas, que van besando el agua, sin que impidan la boga, que sirven de contrapesos, para que el navío no pueda tornarse, ni zozobrar, por mucha mar que haya, ni fuerza de viento que la vela lleve. Y acaece llenarse el navío de agua, todo el cuerpo del (que son sin cubierta) y quedar entre dos aguas, hasta que se deshace y desbarata, sin irse al fondo, por los contrapesos. Destos navíos, se usa comunmente en todas las islas, desde su antigüedad, y de otros mayores, que llaman caracoas, y lapis y de tapaques. Para acarrear sus mercaderías, que son muy apropósito, por ser capaces y que demandan poca agua; y los varan muy de ordinario en tierra, todas las noches, en bocas de ríos y esteros, por do siempre navegan, sin engolfarse, ni dejar la tierra. Todos los Naturales los saben bogar, y los gobiernan. Hay algunos tan grandes, que llevan cien remeros por banda, y treinta soldados encima de pelea, y los comunes son barangayes, y vireyes, de menos esquifazon y gente; y ya á muchos dellos, en lugar de la cavilla de madera, y costura de las tablas los clavan con clavazon de hierro, y los timones y proas con espolon á la castellana[1].

  1. Los Filipinos, como los habitantes de las Marianas no menos célebres y diestros en la navegación, lejos de progresar, se han atrasado, pues si bien ahora se construyen en las Islas barcos, podemos decir que son casi todos de modelo europeo. Desaparecie- ron los navíos que contenían cien remeros por banda y treinta sol- dados de combate; el país que un tiempo con medios primitivos fabricaba naos cerca de 2,000 toneladas (Hern. de los Ríos, pág. 24), hoy tiene que acudir á puertos extraños, como Hong-Kong, para dar el oro arrancado á los pobres en cambio de inservibles cruceros; los ríos se ciegan, la navegación en el interior de las Islas perece, gracias á los obstáculos que crea un tímido y desconfiado sistema de gobierno, y de toda aquella arquitectura naval apenas queda alguno que otro nombre en la memoria, muerta sin que modernos adelantos hayan venido á reemplazarla en la proporción de los siglos transcurridos, como ha sucedido en los países adyacentes. Y en su género y para su tiempo eran tan perfectas y ligeras aque-