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esto no tenía el asiento que convenía; así porque los Mindanaos y Joloes no dejaban todavía de bajar con sus navíos de guerra á las provincias de Pintados, á hacer presas como solían, que esto durará siempre[1], que no se fuese muy de propósito sobre ellos; como porque ni las cosas del Maluco dejaban de dar bien en que entender al maese de campo Juan de Esquivel, que en su gobierno estaba, teniendo poca seguridad de los Naturales, que como gente Mahometana, y de suyo fáciles y de poca constancia, inquietos y hechos á desasosiegos, y guerras; cada hora, y por diversas partes, las movían y se alzaban, en cuyo castigo y pacificacion, aunque el maese de campo y sus capitanes trabajaban, no podían dar á tanto, como se ofrecía el remedio necesario. La soldadesca y los bastimentos se consumían, y los socorros que de Manila se le hacían, no podían ser tan á tiempo, ni en la cantidad que se pedía, por los riesgos del viaje, y necesidad de la real hacienda[2]. No era de menos perjuicio para todo la venida de navíos de Holanda y Zelanda, en este tiempo al Maluco, que como tan interesados en las islas, y que tan bien puesto habían tenido su negocio, venían en escuadras, por la navegacion en la India, á recuperar lo que hallaban perdido en Amboino, Terrenate y demas islas; con cuyas espaldas los Moros se rebelaban contra los Españoles, y tenían bien que hacer con

  1. Esta profecía de Morga prueba una vez más las grandísimas cualidades de este historiador. Á no haber venido el vapor á surcar aquellos mares, la piratería duraría hasta hoy día con el vigor con que había principiado.
  2. Estos fueron los efectos de llevarse presos á Manila al Rey y á los principales, que confiaron su suerte á D. Pedro de Acuña. Á raíz de las negociaciones, el mismo rey de Tidore, aliado de España, ya procuró separarse; los gobernadores que nombró Said no quisieron entenderse con los Españoles, y por todas partes reinó el recelo y se levantó el espíritu de venganza. «Visto por sus vasallos el mal trato que habían hecho á su Rey nos aborrecieron tanto cuanto cobraron aficion á nuestros enemigos» (Her. de los Ríos, pág. 22). Le faltó á D. Pedro la cualidad principal de Legazpi.