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diendo en la obediencia, y servicio de su Magestad[1]. Las tres galeotas de Portugueses volvieron á Malaca, llevando los Holandeses que en el Maluco había, y los capitanes y soldados portugueses, que en ellas habían venido para esta jornada, y con lo restante de la armada el gobernador entró en Manila (á postrero de Mayo, de seiscientos y seis) victorioso; donde fué recibido, con contento y alabanzas de la ciudad, dando gracias á Dios por tan felice y breve suceso, en empresa de tanta calidad é importancia[2].

Al tiempo que el gobernador estaba en el Maluco, por su ausencia gobernaba las Filipinas el audiencia real dellas, y queriendo echar de la ciudad cantidad de Japones que en ella había, gente briosa y poco segura para la tierra; poniéndolo en ejecucion, haciéndoseles de mal, lo resistieron; y llegó la cosa á tanto,

    nombre español y más asegurado su dominio en aquel archipiélago; pero los consejeros, la enemistad que le profesaban al Rey las corporaciones religiosas pudieron contribuir á esta funesta determinación, cuyos resultados se vieron al instante.

  1. Este desgraciado sultán no volvió á su país. Cómo fué tratado en Manila lo sabemos por Hernando de los Ríos (lib. cit.): «Es verdad que mientras D. Pedro vivió, le trató con decencia, mas en tiempo de D. Juan de Silva, yo le vi en un aposentillo, que toda cuanta agua llovía, le caía encima y le mataban de hambre, tanto que entrándole yo á ver y la crueldad con que le trataban, me pidió hincado de rodillas rogase al gobernador le mudase de allí donde no se mojase y le socorriese que moría de hambre: y algunos días si de limosna no lo pidiera, no lo comiera.» En tiempos prósperos había cometido algunas crueldades, y no tuvo la suerte feliz de otros tiranos.
  2. «No faltaron arcos triunfales.… Los atavíos de los prisioneros en los mantos, turbantes y penachos convenían mal con su fortuna. Porque hacían más soberbios los semblantes y mostraban arrogancia.» (Estos trajes se hicieron á costa de la Caja Real de Filipinas). «Tiene aquel Rey disposición robusta, bien trabados los miembros. Muestra la cerviz desnuda con gran parte del pecho. La carne de color de nube, más negra que parda. Las facciones del rostro son de hombre de Europa. Ojos grandes y rasgados. Lanza al parecer centellas por ellos. Añádenle fiereza las pestañas largas, las barbas y mostachos espesos y de pelo liso. Trae siempre ceñido su campilán, daga y kris, ambos de empuñaduras en forma de cabezas de sierpes doradas… el retrato imitado del natural el General envió á España para su Majestad.» (Arg. lib. 10).