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Chinas, que mil y quinientos llegaron al mismo puesto y tiempo. Trabóse entre unos y otros una escaramuza sobre ganar el monasterio, que duró una hora, á que acudió de socorro el capitan Gaspar Perez, con la gente que había quedado en Minondoc. Retiróse el enemigo á su fuerte, con pérdida de quinientos hombres, y Gaspar Perez se volvió á su puesto, donde tambien quedó Pedro de Arceo. Don Luis Dasmariñas (cebado en este buen lance) se determinó con la fuerza del sol, y sin que la gente descansase, de pasar luego adelante, en busca del enemigo, con la gente que tenía. Envió á que le reconociese al alferez Luis de Ibarren que trujo por nueva, que los enemigos eran muchos, y no estaban lejos; y aunque Juan de Alcega y otros, pidieron á don Luis hiciese alto, y descansase la gente, y aguardase orden del gobernador de lo que había de hacer: era tanta la gana que tenía de no perder esta ocasion, que, provocando la gente con palabras ásperas, para que le siguiesen[1], pasó adelante, hasta llegar á una ciénega. Salidos della, dieron de improviso en una sabana, donde el enemigo estaba, que viendo á los Españoles, todos juntos, con palos y algunas catanas, y pocas armas enastadas, los cercaron por todas partes. Don Luis y su gente, sin poder retirarse, pelearon valerosamente, matando muchos Sangleyes, pero al cabo, como eran tantos, hicieron pedazos á todos los Españoles, sin que escapasen mas que solos cuatro mal heridos, que trujeron la nueva á Manila[2]. Fué para los Sangleyes este suceso, de mucha importancia; así, porque en este puesto murió tanta gente[3], y de lo mejor de los Españoles, como por

  1. ¿Qué gallina le había cantado al oído? había contestado don Luis á Juan de Alcega (Arg. lib. 9º).
  2. «Halláronse morriones finos abollados de un palo.… Escaparon también hasta treinta y con ellos el P. Farfan, que por ir en la retaguardia y ser ligeros, se pudieron librar.» (Arg. 1. c.)
  3. D. Luis Dasmariñas, el general Alcega, D. Tomás Bravo, el capitán Cebrian de Madrid, y todos los criados del gobernador,