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de sus criados, vestidos de colorado, y fueron llevados á sus posadas, en que el gobernador los mandó proveer cumplidamente de lo que para su sustento hubieron menester, los días que allí estuvieron.

Pareció la venida destos Mandarines sospechosa, y que traían diferente intento del que decían, porque, para gente de tanto entendimiento, como los Chinas son, decir que el rey los enviaba á este negocio, parecía ficcion; y entre los mismos Chinas que vinieron por el mismo tiempo á Manila, en ocho navíos de mercaderías, y los que estaban de asiento en la ciudad, se decía, que estos Mandarines venían á ver la tierra y su disposición, porque el rey de China quería alzar el trato con los Españoles, y enviar una gruesa armada, antes que el año saliese, con cien mil hombres para tomarla.

Al gobernador y audiencia les pareció estar con cuidado, en la guardia de la ciudad, y que estos Mandarines fuesen bien tratados; pero, que no saliesen della, ni se les consintiese administrar justicia (como lo comenzaban á hacer entre los Sangleyes) de que tuvieron algun sentimiento: mandóles tratasen de su negocio, y se volviesen á China con brevedad, sin darse los Españoles por entendidos, ni recelosos de cosa alguna, diferente de la que decían. Viéronse otra vez los Mandarines con el gobernador, y les dijo con mas claridad, haciendo algun donayre de su venida, lo que se espantaba que hubiese el rey creido de aquel China que traían, lo que había dicho, ni que cuando fuera verdad, que hubiera en las Filipinas tal oro, los Españoles se lo dejarían llevar, siendo como la tierra es de su Magestad. Los Mandarines dijeron que bien entendían lo que el gobernador les trataba, pero que su rey les había mandado venir, y les era fuerza obedecerle, y llevarle respuesta, y que con hacer su diligencia habían cumplido, y se volverían. El gobernador (por acortar lances) envió á los Mandarines con el prisionero y sus criados á Cabit, que es el puerto dos leguas de la ciu-