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despachó á Miaco, á don Alonso de Ulloa su hermano, con don Antonio Maldonado, un razonable presente para Daifusama, para que mandase se les diese avío y licencia, para volver á salir de aquel puerto, y de sus capitanes, que no se contentaban con los presentes que por tenerles gratos les daban, sino que violentamente tomaban lo que vían; y daban á entender, que todo era suyo, y que presto habían de tenerlo en su poder. Vino á la nao Fr. Diego de Guevara Agustino, que estaba en Firando por prelado, y dió á entender á el general, había tomado mal puerto de infieles, y mala gente, que le habían de tomar la nao y robarla, y que procurase si pudiese, sacarla de allí y llevarla á Firando, donde él residía, que entretanto se velase y guardase lo mejor que pudiese; y volviéndose á su casa, de unas piezas de seda, que le dieron en la nao para su nueva Iglesia y monasterio de Firando, no le dejaron cosa los Japones, y se las quitaron; por decir todo era suyo, y se fué sin ellas. Había en tierra hasta docena y media de los Españoles de la nao, que los tenían sin libertad, ni les daban lugar para volver á embarcarse, y aunque el general les avisó, como tenía determinado de salir del puerto como pudiese, y que hiciesen su diligencia para venir á la nao, no lo pudieron todos hacer, sino cuatro ó cinco dellos; y sin mas esperar, habiendo echado de la nao los Japones de guardia que en ella había, y envergado el trinquete y cevadera, cargada el artillería, y las armas en la mano puso una mañana la nao á punto, para levarse con el ancla á pique. Los Japones andaban en el canal de la boca del puerto, con muchas funeas y arcabuceros, atravesando un cable grueso de bejucos que habían tejido, y lo amarraron de una banda y de otra, para que la nao no pudiese salir. El general envió á reconocer lo que hacían, en una embarcacion pequeña con seis arcabuceros, que llegados cerca, arremetieron á ellos algunas funeas de Japones para prenderlos, y