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parecía imposible navegar y pasar adelante sin perderse. La capitana de los Españoles, que estaba bien ocupada en buscar el remedio de la necesidad, en que se hallaba no pudo ser socorrida, por estar sola y lejos de tierra, con que se fué á pique, con tanta brevedad, que ni desarmarse pudo la gente, ni apercibirse de cosa que los pudiese valer. El Oydor no desamparó la nao, aunque algunos soldados se apoderaron de la barca que traía por popa, para salvarse en ella, y le decían se metiese dentro, con que se hicieron á lo largo y se fueron, porque otros no se la quitasen[1]. Anegada la nao (con las banderas de cuadra y estandarte del enemigo, que consigo traía el Oydor) anduvo nadando cuatro horas, y vino á salir á un islote despoblado, dos leguas de allí, muy pequeño, llamado Fortuna, donde tambien se salvó alguna gente de la nao, que tuvo mas ánimo para sustentarse en la mar. Otros perecieron y se ahogaron, que aun no se habían desarmado, y que este aprieto los halló cansados de la larga pelea del enemigo. Los que murieron en esta ocasion, fueron cincuenta personas de todo género, y los mas conocidos. Los capitanes don Francisco de Mendoza, Gregorio de Vargas, Francisco Rodriguez, Gaspar de los Rios peleando con el enemigo. Y ahogados en la mar, los capitanes don Juan de Zamudio, Agustín de Urdiales, don Pedro Tello, don Gabriel Maldonado, don Cristobal de Heredia, don Luis de

  1. Van Noort está conforme con esta relación, diciendo que la capitana «se había sumergido tan rápidamente como un pedruzco, que no se vió ni mástil ni rastro alguno de navío.» Cuenta como viendo á sus enemigos nadar desnudos y gritar misericordia, entre los cuales reconocieron un fraile (Fr. Diego de Santiago), los fueron alanceando y matando á cañonazos, sin que esto le impidiera atribuír tan señalada victoria «á la misericordia de Dios que los favoreció milagrosamente.» En cinco Españoles muertos durante el combate hallaron los Holandeses cajitas de plata, llenas de oraciones y conjuros á los santos, á manera de amuletos que les daban los frailes para librarse de las balas. Tal vez tenga relación con esto el moderno anting-anting de los tulisanes, caracterizado por su carácter religioso.