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XI
PRÓLOGO.

noble é hidalga, la española, haya cedido los laureles de la emancipación de los hombres negros á una nación que lleva el apellido mercantil: á la inglesa.

En la siguiente época se atacaron las crueldades cometidas por nosotros, los europeos, no por motivos nobles, sino por rivalidades y vanaglorias nacionales. Entonces acusaron los ingleses á los españoles, los alemanes á los portugueses, los holandeses á los franceses, etc., de haber sido bárbaros y crueles con los naturales de sus colonias, mientras se callaron las crueldades cometidas por ellos mismos, ó por malignidad ó por estar cegados con la venda del amor nacional.

La época moderna, en fin, con sus ideas democráticas acabó de mirar con otros ojos á sus hermanos colorados. La nueva generación europea proclama, ó mejor dicho reconoce, no sólo la igualdad de las castas, sino también la de todo el género humano. Para nosotros el hombre colorado no es ya un misterio ó una curiosidad humana; el hombre colorado es el mismo hombre que nosotros; ahora, por la generalización y profundización de las ciencias geográficas, etnológicas é históricas, estamos avergonzados de la época en que negábamos á esos hermanos los derechos de plena humanidad; ahora lamentamos los errores, los crímenes, las miserias que manchan las páginas de la historia de la raza europea. Ahora confesamos con la franqueza de un pecador arrepentido esa nuestra culpa, y como la generación moderna no es una generación ilusa sino una generación activa, tendemos los brazos á nuestros hermanos pidiendo nos perdonen las culpas de nuestros antepasados y procuramos reparar los errores y crímenes de los siglos transcurridos.

Así pues, tus observaciones sobre el proceder de los conquistadores y civilizadores europeos no son nuevas en lo general para el historiador. Especialmente los Alemanes trataron este tema casi en la misma forma que tú, y no me diga nadie que los Alemanes pueden hablar de las crueldades cometidas por las demás naciones, porque no hayan tenido colonias, pues el Emperador Carlos V entregó á la casa de los banqueros de Ausburgo, á los Welser (los Balzaros de los Españoles) el territorio que hoy se