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PRÓLOGO.

tendieron se aplicase á los niños grandes todo el cariño inagotable é indulgente que profesa el padre á su hijo[1]. Así observamos que ese cariño para con los hombres colorados en su fondo era una manifestación de la locura de grandeza de la raza europea, porque su suposición (errónea) era que, con excepción de la raza blanca, de los Chinos y Japones, todas las otras naciones y razas del mundo son ó salvajes, hombres primitivos ó, por lo menos, hombres á quienes la providencia del Ser Supremo dotó con una inteligencia infantil y limitada. Siguiendo esa teoría y la otra, de que la civilización moderna era un veneno, desearon los idealistas franceses garantizar una tutela paternal y cariñosa, pero con todo, una tutela sempiterna de los hombres colorados. Y llenos de idealismo deseaban que esa tutela fuese tan indulgente y tan benigna que tuviese que permitirlo todo al hombre colorado, mientras que al hombre blanco le tocaba desempeñar el papel de nodriza ó aya del niño, cuya mala conducta tenía que excusar y hasta elogiar. Un buen ejemplo es el alemán Forster. En un islote de la Oceanía oriental le robaron los indígenas (si bien recuerdo) el sombrero. Forster no se quejó de los ladrones; al contrario, se acusó á sí mismo, de haber despertado sentimientos de rapacidad en los naturales, usando un sombrero hermoso. Eso es un tipo para muchos otros. Si se hubieran realizado las ideas de esos ilusos, los hombres de color no tendrían que dar las gracias á sus benévolos protectores, por que éstos se propusieron, no sólo defenderlos contra las brutalidades de nuestra raza, sino también proteger y nutrir aun sus vicios é inmoralidades. La fea desnudez de la realidad acabó con el hermoso sueño de los ilusos, que olvidaron que en el pecho de cada hombre duerme la bestia, aquella bestia que, como los bacilos nocivos se matan por la desinfección, se mata solamente por la generalización de la instrucción. Pero las ilusiones de aquellos entusiastas no quedaron estériles; las ideas de la emancipación de los esclavos se originan de estas ilusiones. Lamento sólo que la nación

  1. Es de notar que la legislación de las Indias españolas tuvo las mismas tendencias de cariño y protección, pero por desgracia los ejecutores no siguieron las intenciones de los legisladores.