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confirmar aquel mal éxito, aumentaba su despecho, pues íbale en ello su prestijio puesto en peligro por el error lamentable de sus cálculos i previsiones.

Bajo sus negras caretas los mineros palidecieron hasta la lividez. Aquellas palabras vibraron en sus oidos, repercutiendo en lo mas hondo de sus almas como el toque apocalíptico de las trompetas del juicio final. Una espresion estúpida, un estupor cercano a la idiotez se pintó en sus dilatadas pupilas i sus rodillas flaquearon como si súbitamente se hubiese hundido sobre ellos la sombria bóveda. Mas, era tal el temor que les inspiraba la figura irritada e imponente del amo i tal el dominio que su autoridad todopoderosa ejercia en sus pobres espíritus envilecidos por tantos años de servidumbre, que nadie hizo un ademan ni dejó escapar la menor protesta.

Pero luego vino la reaccion: era tan enorme el despojo, tan durísima la pena que sus