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gar con su fino pañuelo el copioso sudor que le inundaba el rostro.

El muchacho que llegaba empujando el pequeño carro, le reveló en dos palabras lo sucedido. El capataz oyó la noticia con la quietud i dando a su fisonomia la espresion mas consternada i trájica que supo, se acercó con ademan solícito a su superior; pero éste, comprendiendo que aquel incidente resultaba ridículo para su orgullo, habia recobrado el jesto soberbio de supremo desden que le era habitual i clavando en el semblante servil de su subordinado la mirada fria e implacable de sus grises pupilas le preguntó con voz al parecer serena, pero en la que se trasparentaba cierta sorda irritacion.

— ¿Tiene parientes ese muchacho?

— No, señor, respondió el interpelado, solo tiene madre i tres hermanos pequeños: el padre murió aplastado por un derrumbe cuando empezaron los trabajos del nuevo