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EL GRISÚ

— ¡Vete! Fuera de aquí!

I volviéndose al otro muchacho que temblaba como la hoja en el árbol le ordenó imperiosamente.

— Tú, sígueme.

I encorvando su alta estatura continuó adelante por la lóbrega galeria.

Despues de despachar a toda prisa una cuadrilla de apuntaladores para que efectuasen en los revestimientos las reparaciones que tan duramente se le habian ordenado, el capataz se dirijió a esperar a su jefe a una pequeña plazoleta que lindaba con las nuevas obras en esplotacion, quedándose espantado al verlo aparecer, tras una larga espera, con la faz enrojecida, dando resoplidos de fatiga i salpicado de lodo de la cabeza a los pies. Fué tal su sorpresa que no dió un paso ni hizo un ademan para acercarse a su señor quien, dejándose caer pesadamente en unos trozos de madera, empezó a sacudir su traje i a enju-