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LA COMPUERTA NÚMERO 12

aquel sitio. Antes de abandonar la galeria, se detuvo un instante, i escuchó: una vocecilla ténue como un soplo clamaba allá mui léjos, debilitada por la distancia: ¡Madre! Madre!

Entónces echó a correr como un loco, acosado por el doliente vajido i no se detuvo sino cuando se halló delante de la vena, a la vista de la cual su dolor se convirtió de pronto en furiosa ira i, empuñando el mango del pico, la atacó rabiosamente. En el duro bloque caian los golpes como espesa granizada sobre sonoros cristales, i el diente de acero se hundia en aquella masa negra i brillante, arrancando trozos enormes que se amontonaban entre las piernas del obrero, miéntras un polvo espeso cubria como un velo la vacilante luz de la lámpara.

Las cortantes aristas del carbon volaban con fuerza, hiriéndole el rostro, el cuello i el pecho desnudo. Hilos de sangre mezclá-