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LA COMPUERTA NÚMERO 12

desfavorablemente, i su corazon endurecido por el espectáculo diario de tantas miserias, esperimentó una piadosa sacudida a la vista de aquel pequeñuelo arrancado a sus juegos infantiles i condenado, como tantas infelices criaturas a languidecer miserablemente en las húmedas galerias, junto a las puertas de ventilacion. Las duras líneas de su rostro se suavizaron i con finjida aspereza le dijo al viejo que mui inquieto por aquel exámen fijaba en él una ansiosa mirada:

¡Hombre! este muchacho es todavía mui débil para el trabajo. ¿Es hijo tuyo?

— Si, señor.

— Pues debias tener lástima de sus pocos años i antes de enterrarlo aquí enviarlo a la escuela por algun tiempo.

Señor, balbuceó la voz ruda del minero en la que vibraba un acento de dolorosa súplica, somos seis en casa i uno solo el que trabaja, Pablo cumplió ya los ocho años i