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LOS INVÁLIDOS

grieta i su cuerpo quedó como incrustado en la hendidura. Hizo algunos inútiles esfuerzos para levantarse i convencido de su impotencia estiró el cuello i se resignó con la pasividad del bruto a que la muerte pusiese fin a los dolores de su carne atormentada.

Los tábanos, hartos de sangre, cesaron en sus ataques i lanzando de sus alas i coseletes destellos de pedreria hendieron la cálida atmósfera i desaparecieron como flechas de oro en el azul espléndido del cielo cuya nítida trasparencia no empañaba el más ténue jiron de bruma.

Algunas sombras, deslizándose a raiz del suelo, empezaron a trazar círculos concéntricos en derredor del caido. Allá arriba cerníase en el aire una veintena de grandes aves negras destacándose del pesado aletear de los gallinazos el porte majestuoso de los buitres que con las alas abiertas e inmóviles, describian inmensas espi-