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EL POZO

Rosa pugnaba en vano por acercarse a la abertura. Sus penetrantes gritos de angustia resonaban por encima del clamor jeneral, pero nadie se cuidaba de su desesperacion i la barrera que le cerraba el camino se hacía a cada instante mas infranqueable i tenaz.

De pronto un movimiento se produjo en la turba. Una anciana desgreñada, despavorida, hendió la masa viviente que se separaba silenciosa para darle paso. Un jemido salia de su pecho:

—¡Mi hijo, hijo de mi alma!

Llegó al borde i sin vacilar se precipitó dentro del hoyo. Valentin clamó con indecible terror:

—¡Madre sáqueme de aquí!

Aquella marea implacable que subía lenta, sin detenerse, lo cubria ya hasta el cuello i de improviso como si el peso que gravitaba encima hubiese sufrido un aumento repentino se produjo un nuevo desprendi-