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colosal anteojo, puso a la vista de Maria de los Anjeles un mundo desconocido: un laberinto de corredores abiertos en la roca, viva, sumerjidos en tinieblas impenetrables i en los cuales el rayo de sol esparcia una claridad vaga i difusa.

A veces el haz luminoso, cual una barrena de diamante, agujereaba los techos de lóbregas galerias a las que se sucedian redes inestricables de pasadizos estrechos por los que apénas podria deslizarse una alimaña.

De pronto las pupilas de la anciana se animaron: tenias la vista un largo corredor mui inclinado en el que tres hombres forcejeaban por colocar dentro de la vía una carretilla de mineral. Una lluvia copiosa caia desde la techumbre sobre sus torsos desnudos. Maria de los Anjeles reconoció a su hijo en uno de aquellos obreros en el instante en que se ergnian violentamente i fijaban en el techo una mi-