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Entretanto huian las horas i bajo las arcadas de cal i ladrillo, la máquina inmóvil dejaba reposar sus miembros de hierro en la penumbra de los vastos departamentos; los cables, como los tentáculos de un pulpo, surjian estremecientes del pique hondísimo i enroscaban en la bobina sus flexibles i viscosos brazos; la masa humana, apretada i compacta, palpitaba i jemia como una res desangrada i moribunda i arriba, por sobre la campiña inmensa, el sol, traspuesto ya el meridiano, continuaba lanzando los haces centelleantes de sus rayos tibios i una calma i serenidad celestes se desprendian del cóncavo espejo del cielo, azul i diáfano, que no empañaba una nube.

De improviso el llanto de las mujeres cesó: un campanazo seguido de otros tres resonaron lentos i vibrantes: era la señal de izar. Un estremecimiento ajitó la muchedumbre que siguió con avidez las oscilaciones del cable que subia; en cuya estre-