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bajadores, cuando el breve repique de la campana de alarma las hizo abandonar la faena i precipitarse despavoridas fuera de las habitaciones.

En la mina el repique habia cesado i nada hacia presajiar una catástrofe. Todo tenia allí el aspecto ordinario i la chimenea dejaba escapar sin interrupcion su enorme penacho que se ensanchaba i crecia arrastrado por la brisa que lo empujaba hácia el mar.

Maria de los Anjeles se ocupaba en colocar en la cesta destinada a su hijo la botella del café, cuando la sorprendió el toque de alarma i, soltando aquellos objetos, se abalanzó hacia la puerta frente a la cual pasaban a escape con las faldas levantadas, grupos de mujeres seguidas de cerca por turbas de chiquillos que corrian desesperadamente en pos de sus madres. La anciana siguió aquel ejemplo: sus pies parecian tener alas, el aguijon del terror galva-