El empleado se irguió en la silla i protestó indignado:
—Aquí no se obliga a nadie. Así como Uds. son libres para rechazar el trabajo que no les agrade, la Compañia, por su parte, está en su derecho para tomar las medidas que mas convengan a sus intereses.
Durante aquella filípica, los obreros con los ojos bajos escuchaban en silencio i al ver su humilde continente, la voz del capataz se dulcificó.
—Pero, aunque las órdenes que tengo son terminantes, agregó, quiero ayudarles a salir del paso. Hai en el Chiflon Nuevo o del Diablo como Uds. lo llaman dos vacantes de barreteros, pueden ocupadas ahora mismo, pues mañana sería tarde.
Una mirada de intelijencia se cruzó entre los obreros. Conocian la táctica i sabian de antemano e] resultado de aquella escaramuza. Por lo demas estaban ya resueltos a seguir su destino. No habia medio de eva-