lofrio recorrió su cuerpo i sus ojos se agrandaron desmesuradamente. Su mujer se volvió i le dijo, entre sorprendida i temerosa:
— No te han llamado, ¡Mira! I como él no respondiese empezó a jemir, mientras mecia en sus brazos al pequeño que aburrido de chupar el agotado seno de la madre se habia puesto a llorar desesperadamente.
Una vecina se acerco:
— ¿Qué no lo han llamado todavia?
I como la interpelada moviese negativamente la cabeza, dijo:
— Tampoco a éste, señalando a su hijo, un muchacho de doce años, pero tan paliducho i raquitico que no aparentaba mas de ocho.
Aquella mujer, jóven viuda, alta, bien formada, de rostro agraciado, rojos labios i blanquísimos dientes, se arrimó a la pared del cobertizo i desde ahí lanzaba miradas fulgurantes a la ventanilla tras la cual