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en el suelo, examina el terrible instrumento con grave atencion i prolijidad. Sus cabellos rubios, desteñidos, i sus ojos claros de mirar impávido i cándido contrastan notablemente cen la cabellera renegrida e hirsuta i los ojillos oscuros i vivaces de Petaca, que dos anos mayor que su primo, de cuerpo bajo i rechoncho es la antítesis de Canuela a quien maneja i gobierna con despótica autoridad.

Aquel proyecto de cacería era entre ellos, desde tiempo atras, el objeto de citas i conciliábulos misteriosos; pero, siempre habian encontrado para llevarlo a cabo dificultades e inconvenientes insuperables. ¿Cómo proporcionarse pólvora, perdigones i fulminantes?

Por fin, una tarde, miéntras Cañuela vijilaba sobre las brasas del hogar la olla de la merienda, vió de improviso aparecer en el hueco de la puerta la furtiva i silenciosa figura de Petaca, quien, al enterarse de que los viejos no regresaban aun del pueblo, puso delante de los ojos asombrados de Cañuela un grueso saquete de pólvora para minas que tenia oculto debajo de la ropa. La adquisicion del esplosivo era toda una historia que el héroe de ella no se cuidó de relatar, embobado en la contemplacion de aquella sustancia reluciente semejante a azabache pulimentado.

A una legua escasa del rancho habia una cantera que surtia de materiales de construccion a los pueblos vecinos. El padre de Petaca era el capataz de aquellas obras. Todas las mañanas estraia del depó-