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mucha sangre... morirá ántes de la noche, me sonaban en los oidos como algo lejano, que no me interesaba en manera alguna. Ya no sentia esa inquietud i angustia de todos los instantes. Espermientaba una gran tranquilidad de ánimo. Todo ha acabado, me decia, i pensé en los preparativos del funeral. Abrí el baul i estraje de su fondo la mortaja, destinada para servirme a mí misma. I, sentándome a la cabecera, púseme inmediatamente a la tarea de deshacer las costuras para disminuirla de tamaño.

Mas blanca que un cirio, con los ojos cerrados, yacía de espaldas respirando trabajosamente. Nunca como entónces, me pareció mas grande la semejanza. Los mismos cabellos, el mismo óvalo del rostro i la misma boca pequeña, con la contraccion dolorosa en los labios. Va a reunirse con ella, pensé. ¡Qué felices son! I convencida de que su sombra estaba ahí, ami lado, junto a ella, proferí: He cumplido mi juramento, ahí la tienes, te la devuelvo como la recibí, pura, sin mancha, santificada por el martirio!

Estallé en sollozos. Una desolacion inmensa, una amargura sin límites llenó mi alma. Entreví con espanto la soledad que me aguardaba. la locura se apoderó de mí, me arranqué los cabellos, dí gritos atroces, maldije del destino... De súbito me calmé: me miraba. Cojí la mortaja i, con voz rencorosa de ódio, díjele miéntras se la ponia delante de los ojos: Mira ¿qué te parece el vestido que estoi haciendo? Qué bien te sentará! I qué confortable i abrigador es! Cómo te calentará cuando estés debajo de tierra,