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aproximaba al de ella, fresco i purpúreo como una rosa. Vió, en seguida, como una mano, mas bien una garra, en cuyo dorso habia grabada una ancla, se posaba en el blanco i nacarado seno...

Un sordo rujidoee escapó por entre sus dientes apretados i se inclinó veloz sobre la borda. El salvavidas se desinfló instantáneamente; la rubia cabeza se hundió en el agua, i Sebastian vió durante un segundo los ojos azules del náufrago crecer, aumentar, salirse casi de las órbitas, sin que pudiera apartar sus ojos de la terrífica vision. El cuerpo inclinábase de espaldas hasta tomar la posicion horizontal, i de pronto le pareció que el descenso se interrumpia, sintiendo, al mismo tiempo, en la diestra un leve tiron. Desencojió las falanjes i la navaja i el portamonedas atraídos por el delgado cordoncillo, saltaron por encima de la borda i desaparecieron en el mar.

Con la vista estraviada, desencajado el semblante, el pescador dando un brinco, que casi hace zozobrar la embarcacion, se precipitó sobre el remo i comenzó a zinglar desesperadamente.



Seis días han trascurrido. Sebastian, sentado en el banco de popa de su esquife, déjame arrastrar por la corriente en direccion al sur. Los ojos del pescador tienen un brillo i espresion estraños. Su lívido semblante, azotado e inquieto, sufre continuas trasmutaciones. Sus ropas en desórden están cubiertas de