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Para espulsarle seria menester que vibrase en las muertas fibras un átomo de piedad o amor.

Apénas el jenio lo hubo dejado, la desesperacion se apoderó del monarca. Mas, de súbito, rasgó sus vestiduras i esposo el pecho desnudo al rutilante rayo de luz. Pero ni el mas lijero alivio viene a confirmar su esperanza. Entonces clava sus uñas en las carnes i se abre el pecho, dejando al descubierto su fríjido corazon al contacto del cual el haz luminoso se debilita i decrece con asombrosa rapidez. Dijérase un caño de oro liquido cayendo en un tonel sin fondo, i que desmaya i se adelgaza hasta convertirse en un hilo, en una hebra finísima. De pronto, como una antorcha, como un fuego fátuo que se estingue, la última chispa brilla, parpadea, desvaneciéndose en la oscuridad.

A pesar de que el sol ha cambiado de cárcel i lo lleva ahora en su corazon, parécele que toda la nieve de las montañas se hubiese trasladado alli. Sube, entónces, a la ventana i se precipita al vacío, en el cual, como si alas invisibles le sostuviesen, desciende blandamente hasta que toca con sus piés la tierra. La campiña está helada como un ventisquero i envuelto en tinieblas impenetrabies, camina a la ventura con los brazos estendidos, huyendo como medroso fantasma de la agonía del Universo.



Cuando las ciudades no fueron sino escombros