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EL VAGABUNDO


En medio del ávido silencio del auditorio alzose evocadora, grave i lenta la voz monótona del vagabundo:

— Me acuerdo como si fuera hoi; era un dia así como éste; el sol echaba chispas allá arriba i parecia que iba a pegar fuego a los secos pastales i a los rastrojos. Yo, i otros de mi edad, nos habíamos quitado las chaquetas i jugábamos a la rayuela debajo de la ramada. Mi madre, que andaba atareadísima aquella mañana, me habia gritado ya tres veces desde la puerta de la cocina: « ¡PascuaL tráeme unas astillas secas para encender el horno! »

Yo, empecatado en el juego, le contestaba siguiendo con la vista el vuelo de los tejos de cobre: Ya voi, madre, ya voi. Pero, e| diablo me tenia agarrado, i no iba, no iba... De repente, cuando con la redondela en la mano ponia mis cinco sentidos para