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Quilapan oyó la lectura del documento sin comprender nada, absolutamente nada. Solo una idea penetró en su obtuso cerebro: Que le amenazaba un peligro i habia que conjurarlo.

Por eso, cuando don Cosme gritó a los suyos, señalándoles el rancho:

— Muchachos, desmóntense i échenme abajo esa basura — de los ojos del indio brotaron dos centellas. Dió un paso atras, i con un rápido movimiento se despojó del pesado poncho. Un segundo despues plantábase lanza en mano delante de la puerta. Su bronceado cuerpo desnudo hasta la cintura, sus nervudos brazos con músculos tirantes como cuerdas, su poderoso pecho í sus anchos hombros sobre los cuales se alzaba echada atras la descubierta cabeza con la faz convulsa por la cólera, — formaban un conjunto tal de firmeza i resolucion que los aoometedores quedáronse suspensos un instante contemplándolo recelosos, amedrentados por la fiereza de su ademan.

Pero aquella indecision duró mui poco — los que llevaban las hachas echaron pié a tierra, i aproximándose al rancho empezaron en el acto su tarea demoledora.

El plan de los asaltantes era abrir brecha en los muros de la choza para atacar por detras a aquel testarudo, í apoderándosc de él i de los suyos derribar en seguida la vivienda. A los primeros hachazos la endeble construccion se estremeció toda entera. El barro de las paredes desprendíase en grandes trozos que rebotaban en el suelo, levantando nubes