La silueta del maquinista con su traje de dril azul
se destaca desde el amanecer hasta la noche en lo alto de la plataforma de la máquina. Su turno es de
doce horas consecutivas.
Los obreros que estraen de los ascensores los carros de carbon, míranlo con envidia no escenta de encono. Envidia, porque mientras ellos abrasados por el sol en el verano í calados por la lluvia en el invierno, forcejean sin tregua desde el brocal del pique hasta la cancha de depósito, empujando las pesadas vagonetas, él, bajo la techumbre de zinc, no da un paso ni gasta más enerjía que la indispensable para manejar la rienda de la máquina.
I cuando vaciado el mineral, los tumbadores corren i jadean con la vaga esperanza de obtener algunos segundos de respiro, a la envidia se añade el