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quinista desaparecia por la escotilla despues de gritar al timonel: —¡Proa al faro, muchacho!

Busqué con la vista al capitan i distinguí su silueta junto al guarda cable. Bastole un segundo para, dar con el cortado trozo de la espía i lanzando un grito desgarrador: Marcos, Marcos!, se apoyó sobre la borda, balanceándose en el vacío. Tuve apénas tiempo de asirle por una pierna i arrebatándolo al abismo rodamos junto sobre la cubierta entablando una lucha desesperada entre las tinieblas. Forcejeábamos en silencio: él para desasirse, yo para mantenerlo quieto. En otras circunstancias el capitan me hubiera aventado como una pluma, pero estaba herido i la pérdida de sangre debilitaba sus fuerzas. En su combate con el maquinista su cabeza debió chocar contra algun hierro, porque creí sentir varias veces que un líquido tibio, al juntarse nuestros rostros, goteaba de su cabellera. De súbito cesó de debatirse i con las espaldas apoyadas en la borda quedamos un instante inmóviles. De repente empezó a jemir: —Antonio, hijo mio, déjame que vaya a reunirme con mi Marcos. I como yo estallara en sollozos exaltándose por grados, prosiguió: -¡Malvado, sentí los hachazos, pero no fué el cable... ¿oyes? lo que cortó el filo de tu hacha: Nó, nó... fué el cuello de él, su cuello lo que cortaste, Verdugo! ¡Ah! tienes las manos tenidas de sangre!... Quítate, no me manches, asesino!

Sentí un furioso rechinar de dientes i se me echó