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proa a popa i de babor a estribor con una violencia formidable. Cuando la hélice jiraba en el vacio rechinaba el barco de tal modo que parecia que todo él iba a disgregarse en mil pedazos.

Cegádo por la lluvia que caia torrencialmente me mantenía asido al guarda-cable, cuando la voz estentórea del maquinista me hirió como el rayo: -¡Antonio, coje el hacha! Me volvi hácia la rueda del timon i una masa confusa que ahi se ajitaba me sacó de mi estupor. Mas bien adiviné que vi en aquel grupo al capitan i al anciano debatiéndose a brazo partido sobre la cubierta. De súbito vislumbré al maquinista que desembarazado de su adversario se abalanzaba hácia, popa esclamando: —¡Antonio, un hachazo a ese cable, vivo, vivo!

Me agaché de un modo casi inconsciente i alzando la tapa del cajoncillo de herramientas aferré el hacha por el mango, mas, cuando me preparaba con el brazo en alto a descargar el golpe, la luz de un relámpago mostrándome en esa actitud acusadora reveló mi propósito a los tripulantes del remolque. Escuchá un furioso clamoreo: ¡Cortan el cable, cartan el cable! Asesinos! Malditos! Nó, nó!...

Entretanto yo, espoleado por aquellos gritos i ansioso por concluir de una vez descargaba sobre el cable furíbundos tajos, hasta que de pronto, algo semejante a un tentáculo con un sordo chasquido se enroscó en mis piernas i me arrojó de bruces sobre la cubierta. Me enderecé en el momento que el ma-