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para proceder a su embarque, cosa que puso de malisimo humor al capitan. A la verdad, sobrábale razon para disgustarse; pues, el tiempo, tan hermoso por la mañana cambió al caer la tarde súbitamente. Un nordeste que refrescaba por instantes picaba el mar azotándolo con violentísimas ráfagas i, fuera de la caleta, arremolinábanse las olas en torbellinos espumosos. El cielo de un gris de pizarra, cubierto por nubes mui bajas que acortaban considerablemente el horizonte tenia un aspecto amenazador. En breve la lluvia empezó a caer. Fuertes chaparrones nos obligaron a enfundarnos en nuestros impermeables mientras comentábamos la intempestiva borrasea. Aunque la calma del océano i el enrarecimiento del aire nos hicieran aquella mañana presentir un cambio de tiempo, estábamos, sin embargo, mui lejos de esperar semejante mudanza. Si no fuese por el apremio del transatlántico i las perentorias órdenes recibidas hubiéramos esperado, al abrigo de la caleta, que amainara la violencia del temporal.

Llegó por fin el ansiado cargamento i procedimos embarcado a toda prisa, mas, aun cuando todos trabajamos con ahinco para apresurar la operacion ésta terminó, al anochecer, en un crepúsculo mui corto, inmediatamente dejamos el fondeadero con el remolque: la enorme i pesada lancha en cuya popa i bancos distinguíamos las siluetas del patron i de los cuatro terneros, destacándose como masas borrosas a traves de la lluvia i de los copos de espuma que