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miasistencia, que hablaba de su pasado bienestar, de sus des- gracias, ¡sobre todo de sus faltas; que daba muestras de verda- dero arrepentimiento, implorando sin cesar la misericordia de Dios, i pidiendo a su madre cuyo nombre me enviaba. Creique mi deber como antiguo pastor de aquella culpable j ven, era correr al socorro de su alma atormentada i despedaza- da por los remordimientos : alquilé un carruaje decidi a su po- bre madre a que ore acompañase. Entré el primero solo en aquel asilo de vergijenza, de dolori de arrepentimiento. Juanita, al verme, prorrumpió en llanto, i me dijo : el sonido de vuestra voz, señor cura, calina todos mis dolores, me reslilaye a los dias de mi inocencia, i me. hace ver de nuevo el cielo al cual no osaba alzar Jos ojos,




Oí sus confesiones ; le amuncié aquella misericordia divina que perdona al verdadero arrepentido, i en seguida hice que en- rara su madre desconsolada. Juanita estaba eu sus últimos mo- mentos, hahía reunido todas sus fuerzas para confesarse; vió a su madre, hizo un último esfuerzo para arrojarse asu cuello, i espirá en sus brazos esclamando: ¡ Madre mía! Madre mia !

Os ha enternecido, señoras, nos dijo el cura, la narracion de tan pronto i terrible castigo del cielo, que no perdona los vicios sino en el punto de un arrepentimiento muchas veces tardio. Voi a consolaros contándoos los felices acontecimientos que recom= pensaron la virtud de lajóven Teresa.


Esta amable niña, sumisa, solicita i cuidadosa, mereció el apre- cio de sus patrones. Habianla llevado consigo a Santo Domingo, donde tenian ricas posesiones. Encargada del cuidado de los ni- ños, mientras se ocupaba en darles la primera instruccion que podia, aumentó la suya ise perfeccionó en la escritura i el cál culo; estudió su lengua en los libros que Je proporcionaba su buena señora, i se hizo una persona querida estimada de to- dos,

El administrador de aquel establecimiento habia reunido al-