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pocia yo cuán complaciente era conmigo, i así le rogué, lo mis- mo que a mi abuela, que dejasen el juego para el otro dia, i que nos contase la historia de la vieja que habíamos echado ménos en la capilla, ¡que, segun decian, se habían marchado en un elegante coche,
—Con mucho gusto, me respondió el cura, pero id por vues- tras hermenitas, i si madama lo permite, añadió dirijiéndose a mi abuela, haced que entren en el salon vuestra aya, la cocinera, ¡las dos hijas del jardinero, pues son parroguianas mias lo mis- mo que vos, i deseo que oigan la narración de una historia que puede serles útil,
A tan laudable deseo, siguió la órden de mi abuela que obede- ciese al señor sua, 3 al instante corri por tuda la casa a reunir aquel pequeño auditorio, que se sentó formando un círculo al rededor del señor cura.
—kaa madre Fremont, dijo él, vivia hace veinte años en el pue- blo de Chenet, junto a Versalles, donde era yo cura entónces. Viuda con dos hijas, goraba de gran comodidad. Su casa era de las mas lindas del pueblo: un bello corral, seis vacas i muchas aves le daban el aspecto de una chacra. Todas las mañanas ha- cia vender la leche en Versalles, i su gran ganancia consistia en que la buena madre Fremont no tenia que gastar dinero en la compra de alfálla, cebada i avena para las aves i gallinas, pues poscia mui cerca del pueblo tres fanegas de escelente tierra.
Aquella buena mujer tenia dos hijas: la una de diez años i La otra de once: eran sumamente bonitas, ¡es de advertir que la misma madre Fremont, a pesar de su edad avanzada, conservaba aun facciones mui agradables. Conoci, pues, a la buena vieja dan felíz como pudiera desear, i cuando por un resto de amor propio que yo le reprendia con mucha frecuencia, pero que per= donaba a la flaqueza humana, presentaba su vaso de lata dicien- do: Mi buen señor, mi buena señora, yo he vivido mejores días! .osmes decía la verdad. Vais a oir cómo le sobrevinieron las desgracias.