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En esto consiste el temor filial: este temor no solo se concilia perfectamente con el amori la ternura, sino que es inseparable de ellos, porque la que ama sinceramente a sus padres, tiembla aflíjirlos.

Si nuestros padres son demasiado induljentes con nosotras, no debemos abusar de su induljencia; i si están dispuestos a dispensar nuestras faltas, no debemos por esto dejar de temer- los. Por el contrario, la demasiada induljencia, que proviene de su gran bondad, debe ser para nosotras ua nuevo motivo para evitar toda lo que pueda causarics disgusto.

Es menester por tanlo ser sumisas.

Ser sumisas a los padres es conformarse a su voluntad sin mur- murar, ántes bien con placer.

La niña debe oir ¡ sufric con docilidad i ternura cuanto viene desus padres: consejos, exhorlaciones, advertencias, repren- siones i castigos.

La severidad de los padres para con sus hijas es una prueba de su amor, están encargados de dirijirlas por el buen camino: este es un deber i un derecho suyo. La naturaleza, la patria i la relijion, les imponen ese deber; justo es, pues, somelerse sin reserva a su voluntad.

Es preciso oir sus reprensiones con corazon dócil; no diré sin orgullo e insulencia, porque es evidente que la hija que se mos- trase orgullosa e insolente para con sus padres, seria digna del mas profundo desprecio i del mas severo castigo.

No debe responderse a las reprensiones sino con la sincera promesa de no volver a merecerlas. Es menester en esla parte una resolucion firme iduradera. No basta decir: «no lo haré mas», sino no hacerlo.

Los padres se ven frecuentemente obligados a castigar a sus hijas. Cuando las castigan lo hacen por su bien i por efecto de la ternura de que están animados. Si no emplean todos los me- dios que están en su poder para correjilas, será una prueba que no las aman como deben. La miña, pues, a quien castigan sus