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dormia, la niña subia al puente, i allí era objeto de la admira- cion jeneral, repitiendo sus habilidades con gran satisfaccion de los marinos.

Un contramaestre ya viejo la queria muchísimo, i cuando sus ocupaciones se lo permitian, se solazaba con su amiguita, la cual lo amaba hasta rayar en locura.

A fuerza de correr, bailavi saltar, los zapatos de mi hija se rompieron enteramente; i sabiendo que no tenia otros, a la par que temiendo no la dejara yo subir al puente, me ocultó esta cora deseracia; de suerte que un dia la vi venir con los piés ensangrentados, ¡le pregunté asustada si estaba herida.

Ella no me respondió.

—dl esa sangre?

—No es nada mamá, yo te lo aseguro,

Entónces traté de reconocer el mal i descubri que los za- patos estaban hechos pedazos, i que se habia destrozado un pié con un clavo.

Nos hallábamos a la mitad de la travesia, i hasta llegar a Francia no habia medio de procurarse un par de zapatos nue- vos, Aflijida yo profundamente al considerar el sentimiento que iba a causar a mi pobre Hortensia, obligándola a perma- necer en nuestra mezquina habitacion o camarote, no hacia mas que lorar sin encontrar remedio a mi dolor.

En aquel momento llegó nuestro amigo el contramaestre, i se informó con franqueza ulgo brusca de la causa de nuestros lorigueos. Hortensia sollozando apresurósc a decirle que no podia subir al puente porque habia roto los zapatos, i yo no tenia otros que darle,

—¡Bah! dijo el marino, ¿no es mas que eso? Yo tengo en mi baúl un par, ¿altra mismo voi a traerlos. Ud. los arre- glará a la forma de los piés de la niña, i yo coseré la cosa la Joejor que pueda. Pardiez! navegando es preciso acomodarse a todo, porque los regalos son buenos para tierra. Con tal que haya lo necesario a bordo, lo demas es pedir cotufas.