e Hi la naturaleza la habia dotado eran el encanto de pero un ilefecto lerrible oscurecia todas sus buenas cualidad: Esto defecto era la tadisereción. Apénas oía o vela alguna cosa, al instante la contaba a todos sin reparara quién, dónde i cuándo hablaba. Asi era que todos le temian en la casa, huían de ella, i cuande estaban hablando alguna vosa i la veían acercarse, de- cian: esilencio, que hai moros en la costa.» Carlota se deses- peraba ¿por lo mismo no se corrijió jamas. Sería mui largo el contaros, queridas mias, todos los disgustos que esperimentó esta niña curiosa e judiscrela; será suficiente que sepais el mas terri. ble de todos para demostraros cuantas degracias acarrea un de- fecto que, a primera vista, parece de poca importancia.
El año de 4840 fué para Buenos Aires una época de terror i de sangre. El tirano Rosas que se habia hecho Dictador del país. »nvinba al destierro i al suplisio a todos los que suponía sus enemigos. El coronel unitario N., padre de Carlota, fué uno de los proscriptos. Condenado últimamente al cadalzo, luvo tiempo de huir i se escendió en la casa de un jeneroso amigo. Si Carlota iubiese sido discreta, habria podido gozar la satisfaccion de estar al lado de su padre; pero éste, que conocia lo lijera de Iengua que era su hija, se privó del placer de estrecharia contra xn corazon; i h8 aquí, hijas mias, el primer resultado de la indis-
sus padres;
ion, hacer sufrir a un padre,
El coronel N. no quiso tampoco que su hija supiera el sitio en que se hallaba escondido, i esta misma ignorancia despertá en Carlota el deseo de saberlo, no tanto por amor coma por satis facer su malvada curiosidad.
Un día Hegó a su casa un hombre con una carla parasu mamá, 1 Carlota sospechó que era de su padre. —Atenta i curiosa, obser vó que aquel hombre se encerró en el gabinete de su mamá, i enerió a escuchar lo que pasaba adentro. e
“on el oído pegado a la cerradura, conteniendo Ja respiración
¡sin perder una sílaba del emisario, oyó dis ente que <u padre se hallaba eu casa del jeneral Y