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a la tierra belleza i magnificencia para recreamos, sino la inje- nuidad i el a:mor recíproco de los hombre

—1 yo, dijo Guillermo, he elejido el azul, que, como la clara bóveda del cielo despejada de nubes, es el culor de la serenidad.

—Bien, querido Guillermo; pues no hai cosa mas agradable para nosoteos que el hombre de alma »pacible.

—Yo, dijo Juanita la hermana, he elejido el verde; pues nuestro Padre celestial ha vestido de verde la esperanza de los aldeanos, el jérmen de los Irutos del campo.

—Buéno, hija mia, por eso es tambien verda el color de la esperanza; ¡cuán infeliz seria el hombre sin esperanza! —.

—I yo, dijo Federico, el menor de los hermanos, he preferido el blanco: pues el blanco es el color de la pureza, ¡la pureza i la virtud son el ornato deJa infancia.

—Vuestra eleccion, queridos hijos, añadió el padre, ha sido acertada. Doi, sín embargo, la preferencia ala de Federico; porque el blanco es el fundamento ¡la suma de los dernas colores, ¿la inocencia es la fuente de todas las virtudes ide la dicha.

Conservad, pues, hijas mias, la inocencia del corazon i la serenidad: al hombre inocente siempre le sonrie la dulce espe- ranza i brilla en sus ojos la calma i el amor de Dios.




XIV, Adela.

Adela Callel, nacida en Besanzon, era hija de un militar sin fortuna, Eu su infancia la educó con esmero la señora Ducor- mier, macstra de costura blanca en Paris, quien le enseñó su oficio.

Habiendo llegado Adela, gracias a su bienhechora, a ser una escelente obrera, se estableció en su ciudad natal, donde ganaba honrosamente su vida.